La retirada no fue por convicción, sino por obligación. Primero fue su salida de la Confederación General del Trabajo en noviembre de 2024, donde compartía co-secretariado como quien comparte un taxi sin querer. Después vino la limpieza interna: Hugo Moyano—sí, el padre— le sacó las llaves del gremio, los amigos, las oficinas y hasta la cafetera. Especialmente en la rama de aguas y gaseosas, donde Pablo se había hecho fuerte... o por lo menos ruidoso.

Sin sindicato, sin central obrera y sin micrófono, encontró su refugio en el único lugar que le queda: el Club Camioneros, equipo que preside desde hace años y que milita en la Primera C, ese limbo del fútbol argentino donde hay más ascensos soñados que goles reales.

Desde allí, el ex gremialista ahora lanza arengas futboleras. Cambió las movilizaciones por las concentraciones, los paros por los penales, y los choques con ministros por los roces con el 5 rival. Su nuevo sueño: ascender. Esta vez, sin cortar calles ni rutas, aunque no se descarta que empiece a cortar el pasto del club si se complica la economía.

La lógica Moyano sigue intacta: si pierdo poder, armo un club; si me echan del club, armo una liga. Lo importante es que algo dirija.

Mientras tanto, los gremialistas que aún quedan en pie agradecen el silencio ambiente y los jugadores de Camioneros ya preguntan si en vez de aguinaldo también van a cobrar bono por productividad. No hay certezas, pero sí una nueva promesa: Pablo ya no grita por salarios, ahora grita “offside”.