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Efemérides

VIDEO | "La casa está en orden": breve crónica de Semana Santa de 1987

Histórico discurso de Raúl Alfonsín en Casa Rosada.

Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA

El miércoles 15 de abril de 1987, el mayor Ernesto Barreiro, señalado como uno de los principales torturadores del centro clandestino de detención La Perla, se negó a declarar ante la Justicia amparado en la Ley de Punto Final, vigente desde diciembre de 1986. Luego de su negativa buscó refugio en el Regimiento 14 de Infantería, donde encontró apoyo de sus camaradas. Este acto fue el prolegómeno del primer un levantamiento carapintada que tuvo en vilo al país en la cuarta Pascua consecutiva en democracia.

El contexto político de la época era tenso. El gobierno de Raúl Alfonsín había prometido juicio y castigo para los delitos cometidos por los militares durante la última dictadura militar. Sin embargo, la debilidad del sistema y la fuerza que todavía tenían los uniformes lo empujaron a la sanción de la ley de Punto Final, por la cual se ponía fecha de caducidad a la pretensión de sancionar a los culpables. La iniciativa le costó al gobierno un fuerte rechazo por parte de los organismos de derechos humanos.

Mientras tanto los militares no se quedaron quietos. En febrero tuvo lugar una cena de hombres de armas a la que asistieron, entre otros, Aldo Rico, Enrique Venturino y Luis Polo, los tres con grado de teniente coronel, que juraron hacer un planteo militar si alguno de sus subordinados era llamado por la Justicia. La administración radical conocía los planes de los uniformados porque había recibido partes de inteligencia. Todo ocurría en medio del deterioro del Plan Austral, que empezaba a mostrar signos de alarma.

Balcarce 50 sabía también que en el Hospital Militar Central la habitación del ex jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, general Ramón Camps -que ya estaba condenado a prisión perpetua- funcionaba un remedo de Odessa -una organización nazi que trabajó en la fuga de los jerarcas del régimen- que financiaba el escape de los que eran citados a declarar por delitos de lesa humanidad.

Jueves Santo

El 16 de abril, Barreiro concedió una entrevista complaciente al diario La Nueva Provincia desde su refugio. Para entonces el levantamiento ya se había extendido a Campo de Mayo, que había sido tomado por el coronel Venturino y por el capitán Gustavo Breide Obeid. Los sublevados exigían el cese de los juicios y la destitución del jefe del Ejército, Héctor Ríos Ereñú.

Alfonsín impartió directivas al Ejército para dar solución a la revuelta pero los militares, supuestamente leales, no le obedecieron. Ante su falta de autoridad Ríos Ereñú renunció. Con la balanza a su favor, Aldo Rico abandonó su destino militar en Misiones y viajó a Campo de Mayo. Allí recibió señales de apoyo de distintas unidades militares del país. Por la tarde el juez federal Alberto Piotti ordenó a los insurrectos a desistir, bajo advertencia de ser encausados por delito de rebelión, pero tampoco le hicieron caso.

La sociedad argentina, aún marcada por las heridas de la dictadura, observaba con preocupación cómo la democracia enfrentaba su mayor desafío desde su restauración. Mientras miles de ciudadanos se movilizaban en defensa de la democracia, Alfonsín buscaba una solución negociada para evitar un enfrentamiento armado. Los líderes del Partido Justicialista, Antonio Cafiero y de la CGT, Saúl Ubaldini, no dudaron en concurrir personalmente a Casa Rosada para darle apoyo al presidente.

Muchos ciudadanos de a pie se sintieron convocados a plantarse en las puertas de Campo de Mayo con la convicción de que hacerlo era una contribución para el cuidado de la democracia. Entre tanto Alfonsín habló ante la Asamblea Legislativa, convocada de urgencia. Todos los partidos políticos firmaron un acta de compromiso democrático, a excepción de los de izquierda y Madres de Plaza de Mayo.

Viernes 17

Radio Mitre entrevistó (por decirlo de alguna manera) a Rico, que terminó recibiendo el apoyo de uno de los medios más influyentes del país. El militar pidió por una solución política y destacó que en lo que los uniformados llaman guerra contra la subversión hubo errores, pero no ánimo de cometer ilícitos. El "Héroe de las Malvinas" que años después encontró un lugar en la política bonaerense difundió ese mismo día una proclama en la que daba a entender que el objetivo de sus hombres no era dar un golpe de estado.

Alfonsín seguía ordenando que el Ejército se haga cargo de la represión, pero nadie cumplió. La cara del desacato que quedó para la posteridad es la del general Ernesto Alais, que se puso al frente de una columna de tanques que nunca llegaron a Campo de Mayo.

Las calles del país volvían a llenarse en apoyo al gobierno constitucional. Por lo bajo políticos y militares buscaban una solución, pero el diálogo era infructuoso. El ministro de Defensa, Horacio Jaunarena se entrevistó con Rico en Campo de Mayo y escuchó las demandas de los rebeldes. Entre sus reivindicaciones estaba el pase a retiro del jefe del Ejército y su reemplazo por un hombre afín a ellos; amnistía para los militares y perdón a los carapintadas. El ministro se mostró dispuesto a ceder.

Domingo de Pascua

En la madrugada del domingo Rico y su segundo Breide Obeid dialogaron con Ríos Ereñú en el Comando en jefe del Ejército, mientras los encargados de la defensa de la Casa Rosada tomaban posiciones de combate. Al amanecer Jaunarena vuelve a hablar con Rico, que le dijo que según el intendente de San Isidro, Melchor Posse, el gobierno no estaba dispuesto a conceder una amnistía a los carapintadas. Para destrabar la cuestión, Rico exigió la presencia de Raúl Alfonsín.

En la calle los militantes de la UCR estaban dispuestos a tomar Campo de Mayo por la fuerza, a todo o nada. La oportuna intervención del canciller Dante Caputo evitó un baño de sangre, que podría haber sido el inicio de una guerra civil. El presidente, consciente de la gravedad del asunto, aceptó ir a conversar con los rebeldes.

Desde horas tempranas la Plaza de Mayo estaba llena. Rodeado por las figuras más importantes del arco político, el presidente se dirigió a la multitud y pidió que lo esperen porque iba a ir a entrevistarse con Rico. La imagen de Alfonsín en Campo de Mayo, dialogando con los sublevados, se convirtió en un símbolo de su liderazgo en un momento crítico. Alfonsín estaba acompañado por sus edecanes. Rico estaba con su estado mayor rebelde.

Alfonsín habló del proyecto de ley de Obediencia Debida, que limitaba la responsabilidad penal por delitos de lesa humanidad relevando a los rangos menores de la obligación de responder ante la Justicia. Los militares le dijeron al presidente que nunca fue su intención atentar contra el orden constitucional. La rebelión llegó a su fin. Alfonsín volvió a Casa Rosada y pronunció un discurso que quedó para todos tiempos: "Compatriotas, Felices Pascuas. Los hombres amotinados han depuesto su actitud (...) la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina".

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