Perfiles Urbanos
Un oficio en arte y un sueño en realidad

Walter Coni, el boquense porteño que conquistó Nueva York

El porteño llegó a Estados Unidos con un sueño y hoy es reconocido por todos los Xeneixes.
En sus comienzos en el país norteamericano trabajó en la carnicería La Porteña.
En sus comienzos en el país norteamericano trabajó en la carnicería La Porteña.
Su restaurante se volvió en un lugar icónico para los hinchas de Boca Juniors.
Su restaurante se volvió en un lugar icónico para los hinchas de Boca Juniors.
Junto a Pablo Lescano, quien fue con Damas Gratis a comer a Boca Jrs. Restaurante.
Junto a Pablo Lescano, quien fue con Damas Gratis a comer a Boca Jrs. Restaurante.
Las afueras del local, totalmente azul y oro.
Las afueras del local, totalmente azul y oro.

En el barrio de Soldati, donde las calles tienen olor a asado y los sueños suelen quedarse cortos, Walter Coni aprendió a cortar carne como si fuera un arte. Con un serrucho en la mano y una determinación férrea, este mediocampista frustrado (jugó en los campeonatos Evita y hasta llegó a la tercera de Sacachispas) se convirtió en el rey de la carnicería. Pero su historia no se quedó en Buenos Aires. No, Walter tenía un destino más grande, aunque él no lo supiera todavía.

Corría la década del 80`, y un papelito arrugado con las coordenadas de un amigo en Estados Unidos fue su boleto a una vida nueva. Con un pasaje en mano y un puñado de esperanzas, Walter subió a un avión por primera vez. No hablaba inglés, pero llevaba consigo un arma infalible: sus brazos, esos que según dicen, no tenían rival en todo Buenos Aires para manejar un serrucho.

El primer milagro ocurrió en el aire. Un hombre le ofreció alojamiento en Miami hasta que pudiera acomodarse. El segundo, en Queens, cuando los matarifes locales vieron cómo Walter desmenuzaba una res y no dudaron: "Este sabe". Así, con trabajo y tesón, el chico de Soldati se convirtió en el carnicero estrella de Nueva York.

Pero Walter no se conformó con cortar carne. No, él quería más. Quería crear algo que lo conectara con sus raíces, algo que oliera a La Boca, a pasión, a fútbol y a parrilla. Y así nació el restaurante Boca Juniors, un santuario gastronómico donde las banderas azul y oro decoran cada rincón, donde Diego Maradona y Lionel Messi miran desde las paredes, y donde el chimichurri es tan argentino como el tango.

Ubicado en Elmhurst, Queens, el lugar es un imán para los latinos. "Las paredes son como un museo", dicen los críticos. Y no exageran. Camisetas históricas, fotos de ídolos y hasta la bandera argentina conviven en un espacio que parece sacado de un bodegón porteño. Eso sí, no es un lugar para los amantes del silencio. Aquí el bullicio es parte del encanto, como en la Bombonera.

Walter, con su voz ronca y su humor intacto, lo resume así: "Hablo inglés cuando hay que hablarlo, pero me manejo en castellano". Y es que, aunque lleva más de 40 años en Estados Unidos, su corazón sigue latiendo al ritmo de Boca. "Yo nunca lucré con Boca, ni mi idea fue poner 10, 20 restaurantes. Lo mío es amor", confiesa.

Pero no todo fue fácil. Walter llegó a Nueva York con 300 dólares en el bolsillo y una determinación inquebrantable. Trabajó 14 horas diarias, envió dinero a su madre en Argentina y, poco a poco, fue construyendo su sueño. Compró una carnicería, luego derribó paredes para expandirla y, finalmente, la convirtió en el restaurante que hoy es un ícono para la comunidad argentina.

"¿Cómo lo logré? Trabajando", dice con una sonrisa. "No hay magia, hay tra-ba-jo". Y vaya si trabajó. Durante la pandemia, cuando el mundo se detuvo, Walter no se rindió. Adaptó su negocio, ofreció comida para llevar y mantuvo viva la llama de su sueño.

Hoy, el restaurante Boca Juniors es más que un lugar para comer. Es un punto de encuentro para los argentinos, un refugio donde se celebran bodas, cumpleaños y hasta victorias de la Selección. "Acá venían Cristina Fernández y Néstor Kirchner, pedían entrañas y empanadas", recuerda Walter. "Yo le ponía la marcha de Boca y a Néstor lo hacía enojar porque era de Racing".

Pero no solo los argentinos lo visitan. Estadounidenses curiosos, colombianos, cubanos y hasta chinos se acercan a probar sus famosas empanadas, su matambre y sus dulces caseros. "Yo hago de Boca a los ucranianos, a los chinos, a cualquiera", dice entre risas.

Walter Coni es, sin duda, un personaje de película. Un hombre que supo convertir su oficio en arte, su pasión en negocio y su nostalgia en un legado. Hoy, con una casa en Long Island y dos hijos criados en suelo americano, sigue siendo el mismo Walter de Soldati, el que corta carne con maestría y lleva a Boca en el alma.

"La gente cree que llega acá y llueven los dólares. Pero no. Esto es puro esfuerzo", sentencia. Y en esa frase, quizás, esté la clave de su historia: un hombre que, con trabajo y pasión, convirtió un sueño en realidad.

Así es Walter Coni, el boquense que conquistó Nueva York. Un tipo que no necesita hablar inglés para hacerse entender, porque su lenguaje universal es el sabor, el esfuerzo y la pasión. Y eso, queridos lectores, no tiene traducción.

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