En las últimas semanas, un nuevo episodio deja en evidencia el peligroso vínculo entre la política, las redes sociales y la violencia simbólica.
Un joven realizó una crítica sobre el festejo de Halloween y, tras su tuit, asegura haber sido objeto de una avalancha de insultos y amenazas de muerte vinculadas indirectamente al usuario conocido como Gordo se la Dan.
A Juanchi le molesta ver a los chicos felices pidiendo caramelos por el barrio pero seguramente no le molesta que los lleven a las marchas donde el va a mostrarle el culo y los huevos a los civiles en la calle https://t.co/F8DTGl6gWN pic.twitter.com/X6zlCE2HEI
— DAN (@GordoDan_) November 2, 2025
El Gordo se la Dan (identificado como Daniel Parisini) y su presencia en redes, en sus propios términos e influencias, se han convertido en un componente de la estrategia política del entorno del oficialismo, aunque siempre con el matiz de "actor externo" (según se presenta).
La denuncia del joven pone sobre la mesa varios problemas graves: el primer gran problema es que el Gordo Dan genera discursos públicos (en plataformas sociales) donde se alienta o naturaliza la violencia como forma de acción política.
Por ejemplo, en un tuit desde su cuenta se leyeron frases como "Los tanques a la calle ya. Es ahora" o "Poné un F16 a sobrevolar el Congreso ya".
Segundo, esas frases no quedan en la esfera digital únicamente: generan un clima de intimidación, y cuando un ciudadano común señala una crítica (en este caso al festejo de Halloween) se ve expuesto a una cadena de acosos que incluyen amenazas directas de muerte. El impacto es real y tangible, más allá de lo simbólico.
Tercero, el vínculo entre el Gordo se la Dan y el poder político resulta peligroso: aunque algunas autoridades del oficialismo se hayan apresurado a declarar que no lo representan, lo cierto es que su discurso está alineado o cómodamente paralelo al discurso dominante del Gobierno.
Cuando el ex jefe de Gabinete, Guillermo Francos, denunció los dichos del Gordo se la Dan por su "grosería" y los calificó de "inaceptables", en realidad reconoció que esos mensajes existieron y provocaron reaccionar al propio entorno gubernamental.
La frustración se acumula: muchos ciudadanos observan que hay actores con alta visibilidad y respaldo indirecto que operan en redes bajo una lógica de provocación, polarización y violencia verbal.
El Gordo se la Dan emerge allí como figura central: en lugar de debatir ideas, parece convocar a la tensión, al "todos contra todos", y al uso de los símbolos de la fuerza (tanques, aviones de combate, cierre del Congreso) como metáforas políticas cotidianas.
En consecuencia, cabe preguntarse: ¿Qué responsabilidad tiene el medio público y el entorno político cuando un influencer político emite este tipo de mensajes?
¿Dónde están los límites de la libertad de expresión cuando esa libertad empieza a ser palanca para amenazas reales? ¿Y qué garantías tienen los ciudadanos que intentan expresarse sin temor a represalias o linchamientos digitales?
La denuncia del joven que sufrió amenazas nos recuerda que la violencia política ya no se limita a discursos en el recinto parlamentario o comunicados oficiales: circula, se viraliza y encuentra terreno fértil en las redes sociales.
Y en ese terreno el Gordo se la Dan ha demostrado sobradamente que sabe operar. Pero operar en este caso no es presentar argumentos: es convocar al enfrentamiento, al miedo, al mensaje de que "hay que movilizar la fuerza".
Mientras tanto, las instituciones (judiciales, parlamentarias, mediáticas) parecen reaccionar tarde. La denuncia presentada por diputados de Unión por la Patria (UxP) contra el Gordo se la Dan y otros influencers por "apología del crimen, intimidación pública y amenazas coactivas" es elocuente del nivel de alarma que se está alcanzando.








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