Mientras tanto, Juan Manuel Urtubey (el único número importante entre los presentes que tuvo el coraje de sentarse en el estrado) fue quien sostuvo un debate que debía ser plural.

Habló del rol del Estado, de la necesidad de defender a Salta y de plantarse ante las políticas de ajuste nacional. Coincidir o no con él es secundario: lo importante es que dio la cara, algo que sus principales rivales prefirieron evitar.

Lo de Orozco y Leavy fue una falta de respeto política y ciudadana. Ella, obsesionada con las cámaras cuando se trata de marketing personal, se escondió entre la muchedumbre del show que brindó Milei a los propios, justo cuando debía convencer con argumentos a los salteños de su "revolución liberal".

Leavy, por otro lado, siempre envuelto en su eterno papel de víctima del sistema, decidió borrarse he hibernar antes de tiempo. Dos estilos distintos, una misma cobardía.

El electorado salteño merecía escuchar propuestas, no excusas. Pero en lugar de confrontar ideas, eligieron el silencio, quizá porque saben que en un escenario sin guion, sus discursos vacíos se desmoronan.

No hubo debate, porque no hubo contendientes: solo un candidato y dos ausencias que gritaron más que cualquier palabra.

A esta altura, Orozco y Leavy representan lo mismo que dicen combatir: una política de gestos vacíos, de cálculo y de miedo al escrutinio público

Prefirieron evitar el golpe, pero lo que lograron fue un nocaut moral. Porque cuando los que aspiran a legislar por el pueblo no pueden sostener sus propias ideas y fundamentos, queda claro que no buscan representar a nadie más que a sí mismos.