Drogas, caras ocultas para resguardarse de las represalias, un hombre que tiene el dominio de absolutamente toda una provincia, un Estado de derecho que no existe al menos que estés del lado de la vereda que ellos eligen como la buena. Eso es Formosa, eso ha sido durante años desde que el gildismo llegó para “transformarla”.
Y lo que pasó en la pandemia solo puso de resalto lo que se vive a diario, y se desnudó el método que tienen desde siempre, pero esta vez sin tapujos, ante los ojos de todos. Y con la complicidad de un Gobierno nacional en ese entonces que felicitó al ejecutor de los peores vejámenes en nombre del cuidado de la salud y del bienestar de quienes encerró, maltrató e hirió emocionalmente para siempre.
En estos días se conocieron las voces de quienes sufrieron la pandemia en Formosa, pero no por haber atravesado la enfermedad del Coronavirus, sino por el destrato que tuvieron de parte de quienes se suponía los tenían que cuidar. La Policía, los ministros, el propio gobernador, autoridades nacionales que vinieron a hacer la vista gorda y fingir que todo era un paraíso.
Drogados a la fuerza
Silvia Analía Barbieri fue una de las mujeres que brindó su testimonio ante la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la Nación que estuvo hace unos días atrás hablando con las víctimas, y su historia fue de una de las más fuertes.
Sus hijos estuvieron tres días en una “sala de estudio” en la Escuela de Cadetes del barrio San Antonio, durmiendo en un sillón de algarrobo, sin poder higienizarse y sin ir al baño solos. Así que, tras la visita del entonces juez federal y hoy diputado nacional Fernando Carbajal, además de algunos funcionarios del Gobierno, como el ministro Jorge González, de los más nefastos durante la pandemia, una imagen de la hija de Silvia, sentada sobre un colchón, que salió a nivel nacional por televisión, sirvió para que el Gobierno tomara represalias.
Los llevaron a un gabinete aislados, sin explicación alguna, los obligaron a abrir la boca y le ponían pastillas para dormirse.
“El día de la salida de ellos, sale una enfermera y dice mamá de Sol y Tomás y me entrega unos medicamentos y me dice en voz alta, esto tenés que darle; pero me cierra la mano y al oído me dice, nunca se los des, no lo necesitan”, contó Silvia y enseñó los tres blísteres que le entregó: “Ansiolíticos, pastillas para el tratamiento de la esquizofrenia y otro para las convulsiones, esto es lo que le estaban dando a mis hijos, sin motivos, era porque ellos querían tapar todo. Hasta hoy, no entiendo. El día que salieron, González, les dijo quiero ver qué abogadito te saca de esta”.
El horror en primera persona lo vivieron estas personas y aunque haya una mente retorcida que pueda pensar que están fingiendo, que está todo armado, cabría preguntarse ¿en qué cabeza cabe la idea de que más de 70 personas puedan humillarse públicamente para contar lo que les hacían en el Gobierno?
La prensa y los comerciantes como enemigos
Leonardo Fernández Acosta, uno de los periodistas que más ataques recibió por parte de la inefable Mesa del Covid, vivió en carne propia la persecución del régimen, y el propio ministro Jorge González, mezclando todo, dijo que “el padre del periodista trabajó durante la dictadura militar para el Gobierno”, para justificar así, el supuesto accionar malicioso, para ellos, del colega Fernández Acosta.
“El día que me enfermé, como era obvio que iba a pasar porque estábamos trabajando y había una enfermedad circulando, ellos (el Gobierno) le pasaron a la prensa mi positivo antes que a mí o mi familia, y lo tomaron como una venganza, como diciendo ahí tenés, y lo usaban como forma de atacarme. Cuando yo iba a las conferencias, la gente me decía que cada vez que estaba ahí, había un montón detrás de mí, conteniéndome y eso me daba fuerzas”, contó.
“Trataban a la gente como si tuvieran condena social, no como personas que necesitaban una barrera sanitaria, a mí me esposaron y me apretaron los testículos porque simplemente quise llevarles una cerveza a las personas que estaban alojadas en mi hotel”, dijo Patricio Evans, dueño del hotel Asterion.
“Llegaba a mi comercio y me encerraba con llaves porque había mucho miedo, porque me llegó la información de que tenía pedido de captura”, contó Gabriela Padrón, comerciante que levantó la voz contra el sistema de Gildo Insfrán.
“Me decían que me cuide, que sabían dónde estaban mis hijos, que conocían mis movimientos, lograron meternos el miedo”, agregó.
“Me quitaron la alegría para siempre”
Adela Esther Herbel se fracturó la columna al resbalarse por el piso de lona que pusieron en el estadio Cincuentenario donde los pusieron a más de 300 personas mezcladas entre sanos y contagiados.
“Me gustaba bailar, escuchar música, ése era mi hobbie, hace tres años que vivo con esto” dice y muestra su bastón. “Mi único temor es que me quiten la casa ahora, es lo único que me falta. A mí me quitaron la alegría para siempre, me arruinaron la vida para siempre. Y me quedo porque ya no tengo miedo, a mí esto que me pasó no fue un accidente, fue causa del abandono, de algo que se hizo contra mi voluntad”, cerró.
El día que nació el “Nunca Más”
El 5 de marzo de 2021, la gente se hartó cuando nuevamente la Mesa del Covid dijo que Formosa volvía a Fase 1. Salieron a protestar los comerciantes, la gente común, todos. Y la policía, bajo las órdenes de Jorge González, reprimió.
Mujeres, adultos mayores, comerciantes, jóvenes adolescentes, todos fueron castigados. Les tiraron con balas de goma y hasta lanzaron gases lacrimógenos vencidos hace 25 años.
Diputados y concejales de la oposición, atacados, encarcelados, sin respetar sus fueros. Eso fue el 5 de marzo, el “Nunca Más” criollo, no por ello, uno de los más crueles