Candidaturas 2023: un juego de perversiones con la sociedad afuera
El desprestigio de la dirigencia política argentina no es una cuestión que deba demostrarse. Tampoco es nuevo. En 2001 la sociedad se expresó masivamente al grito de “Que se vayan todos”.
Finalmente, nadie se fue, pero la política recuperó parte de su consideración social durante el gobierno de Néstor Kirchner. Con Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri se convirtió en una grieta. Irracional, autoritaria y absurda, la racionalidad quedó afuera.
Sólo había espacio para “ultras”, a riesgo de ser calificados como “traidores” aquellos que intentaban aportar un poco de equilibrio y sentido común.
Pero los gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández consiguieron ahogar cualquier expectativa sobre la potencialidad transformadora de la política. O, al menos, de aquella que redundara en beneficio de la sociedad.
Cuando Javier Milei descubrió el término mágico, “la casta”, tuvo un crecimiento espectacular. En efecto, sin desaparecer del todo, la radicalización se convirtió en desprecio y decepción. Pero, a diferencia del 2001, no apareció el reclamo de “Que se vayan todos''.
Simplemente porque la sociedad está fragmentada, desmovilizada y descreída. No hay ninguna expectativa en que la salvación pueda ser con todos arriba del barco. Sólo queda espacio para las aventuras individuales.
Las elecciones de 2023 plantean un desafío para las coaliciones políticas mayoritarias. Ya en las legislativas de 2021, sumando ambas, perdieron casi 6 millones de votos respecto a los obtenidos en 2019. Cierto es que, a la hora de elegir presidente, quizá los argentinos se vuelquen hacia las mismas opciones fracasadas y permitidas, simplemente porque no surgen alternativas superadoras.
Pero eso sólo acelerará la ruptura definitiva de la relación entre la política y la sociedad, y la pulverización de los lazos sociales asociados con la política.
A la hora de blanquear las pretensiones presidenciales, sólo Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Gerardo Morales y Alberto Fernández pusieron las cartas sobre la mesa. También lo hizo Javier Milei. Pero los jugadores senior, Cristina y Mauricio Macri, siguen jugando a las escondidas.
El proyecto de supresión de las PASO divide a las coaliciones internamente. Para Cristina y Mauricio Macri implica la posibilidad de seguir usando la lapicera sin rendir cuentas a nadie. Pero su poder está bastante deteriorado, y difícilmente la iniciativa consiga prosperar.
Los dos, como siempre, juegan el mismo juego: mientras que Cristina envía a Máximo a decir que no tiene expectativas presidenciales, Mauricio habla de manera genérica y críptica: “Ya saben todo lo que hice” o “Fui muy claro al respecto”, sin aclarar absolutamente nada.
La indefinición de ambos crispa la paciencia de sus eventuales competidores. Patricia Bullrich está convencida de que impondrá su candidatura rompiéndole la cabeza a sus competidores, como el barrabrava que siempre fue. Rodríguez Larreta está cada vez más parecido a Alberto: deambula entre el dialoguismo y la provocación para tratar de captar a los votantes de los “halcones” del PRO.
Gerardo Morales, como el tero, grita que quiere ser presidente, pero se conformaría con componer una fórmula como vice de Rodríguez Larreta, siempre y cuando el candidato de unidad de JxC en CABA sea Martín Lousteau. Y Alberto sigue trasnochando, y en sus delirios cree que la sociedad argentina podría renovar su confianza.
También está Javier Milei. Expresión de la tradicional alianza entre un pretendido liberalismo económico con expresiones políticas e institucionales autoritarias, se rodea de la cloaca de la derecha fascista para tratar de alcanzar vuelo nacional, compitiendo por ese segmento con Bullrich y Mauricio Macri.
Así las cosas, el verdadero problema no es si habrá PASO o no –ya que la opinión de la sociedad no le preocupa a nadie-, sino cómo hará la Argentina para no caer en una guerra civil tras el recambio presidencial.
Y todavía queda otro actor que construye su candidatura en silencio, a través de su gestión. Por más que Sergio Massa se haya autoexcluido como presidenciable para 2023, nadie lo toma en serio. Si consigue evitar el estallido de la economía hasta el momento de la confección de las listas, sabe que será candidato por la fuerza de las cosas.
Y del FMI y el Departamento de Estado, que no votan, pero deciden la vida de los argentinos.