No se aguanta nada: el burro de Milei acusó a un periodista de "querer que le vaya mal" por criticarlo

La democracia exige líderes capaces de aceptar críticas sin perder la compostura, pero Javier Milei parece desconocer esta premisa básica. Su reciente embestida contra el periodista Jorge Fernández Díaz, a través de un mensaje compartido de su camarógrafo Santiago Oría, revela un estilo de liderazgo que confunde disenso con traición y reemplaza el debate por la descalificación. Lejos de actuar como presidente, Milei se comporta como un provocador de redes sociales, incapaz de tolerar cuestionamientos sin recurrir a la agresión verbal.
El mensaje de Oría (apodado "Escoria" por sus íntimos odiadores), avalado por Milei, es un compendio de insultos que tilda a Fernández Díaz de “sanatero”, “mentiroso” e “inmoral”. Acusa al periodista de difundir información falsa sobre las negociaciones con el FMI, cuando, en realidad, el gobierno no ha transparentado del todo esos diálogos iniciados en julio de 2024.
DESENMASCARANDO OPERADORES
— Javier Milei (@JMilei) April 12, 2025
Aqui otro de los que desean que al gobierno le vaya mal para que no le cuelguen el cartel de pifiador y en especial fracasado. Su mayor odio hacia nosotros radica en su pasión por la tibieza.
Cuando dice que el periodismo es la verdad es GENIAL.
CIAO! https://t.co/v7AlM2lGmC
Más allá de la veracidad de las críticas, lo alarmante es el tono: un ataque personal que no busca rebatir argumentos, sino humillar al adversario. Este proceder no solo degrada el discurso público, sino que evidencia una fragilidad preocupante en quien debería liderar con altura.
Por si fuera poco, Milei no se limitó a compartir el mensaje. En su respuesta, titulada “Desenmascarando operadores”, acusó a Fernández Díaz de desear el fracaso del gobierno por temor a ser señalado como “pifiador” y “fracasado”. Palabras como estas no son propias de un presidente, sino de alguien atrapado en una lógica de confrontación adolescente.
La crítica periodística, lejos de ser un ataque personal, es un pilar de la democracia. Al descalificarla con semejante virulencia, Milei no solo ataca a un individuo, sino que socava la libertad de expresión.
Esta actitud, además, no es un hecho aislado. La retórica de Milei y su entorno suele reducir a los críticos a caricaturas: “intelectuloides”, “generación fracasada” o defensores de “intereses corporativos”. Esta estrategia, aunque efectiva para movilizar a sus seguidores, aliena a quienes buscan un liderazgo que unifique en lugar de dividir. Al tachar de “tibios” a quienes no comparten su visión, Milei ignora que gobernar implica dialogar, no imponer.
En un país que enfrenta desafíos económicos y sociales urgentes, la intolerancia presidencial es un lujo que el pueblo no puede permitirse. Cada ataque de Milei a la prensa no solo erosiona su propia credibilidad, sino que debilita la democracia misma.
Si el presidente aspira a ser recordado como un transformador, deberá aprender que la grandeza no se construye con insultos, sino con argumentos. Mientras tanto, su comportamiento patotero sigue siendo una vergüenza nacional.