VIDEO | Milei volvió a grabar la cadena nacional para golpearse el pecho y hablar sin cansancio del "Gobierno anterior"

En una cadena nacional que dejó a muchos con el ceño fruncido, Javier Milei, el economista devenido Presidente y abanderado del libertarismo, intentó una vez más convencer a los argentinos de que su plan es la salvación.
Desde el Salón Blanco de la Casa Rosada, flanqueado por un Gabinete que asentía en silencio, Milei describió a Argentina como un "verdadero acorazado" navegando un "mar de volatilidad" global. Pero, tras el telón de su retórica grandilocuente, ¿qué hay realmente? ¿Un proyecto sólido o el enésimo show de un polémico outsider?
Milei no escatimó en su estilo característico: confrontativo, teatral, casi incendiario. Prometió una "era dorada" para quienes apuesten por su visión, asegurando que todo avanza según lo previsto. Sin embargo, las cifras cantan otra canción.
La pobreza se disparó del 41,7 al 52,9 por ciento en apenas seis meses de su gestión, un golpe duro para un país ya agotado. A esto se suma un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que muchos ven como una hipoteca de la soberanía nacional. ¿De quién es esta "era dorada"? Porque, para las mayorías, el oro brilla por su ausencia.
No faltó el clásico latiguillo: "La culpa es del gobierno anterior". Una excusa que, a esta altura, suena como un chiste repetido hasta el cansancio. Milei parece creer que la historia argentina comenzó el día de su asunción, pero los ciudadanos no se chupan el dedo.
Saben que los problemas no se evaporaron con un cambio de mando ni se resolverán con discursos altisonantes y promesas de un futuro mágico.
Y luego está su plan económico, ese santo grial que Milei defiende con uñas y dientes: ajuste fiscal a rajatabla, menos gasto público, dolarización como mantra.
¿El resultado? Una receta que suena más a castigo que a solución, especialmente para un pueblo ya exprimido por años de austeridad. ¿Cómo se construye una "era dorada" pisoteando a los más vulnerables? Al parecer, la respuesta es simple: con más ajuste, más recortes, más de lo mismo.
La falta de experiencia ejecutiva de Milei también pesa en la balanza. Más allá de su paso como diputado, su currículum no muestra credenciales para liderar una nación en crisis.
Su figura, lejos de proyectar la calma de un estadista, evoca la de un demagogo que grita más fuerte que sus argumentos. ¿Es este el capitán que Argentina necesita para sortear la tormenta económica global? ¿O un improvisado que confunde liderazgo con show mediático?
La polarización, otro de sus sellos, no hace más que agravar el panorama. En lugar de tender puentes en un país fracturado, Milei ha cavado trincheras más profundas.
Su lenguaje agresivo y su rechazo al disenso han alienado a sectores enteros de la sociedad. ¿Puede un líder tan divisivo gobernar para todos? ¿O su estilo solo aviva las llamas de un incendio que Argentina no puede permitirse?
Mientras Milei se pasea por las cadenas nacionales, los argentinos se debaten entre el escepticismo y la incertidumbre. ¿Es su Gobierno un "acorazado" firme o una balsa frágil guiada por un hombre que prefiere el megáfono a la brújula? ¿Es su visión un plan maestro o el delirio de quien ve la economía como un ring de pelea? Por ahora, las promesas de Milei suenan a ciencia ficción en un país que exige realidades palpables.
¿Está Argentina lista para el experimento Milei? La pregunta queda suspendida, flotando entre la esperanza de algunos y el temor de muchos, mientras el reloj sigue corriendo.