El motivo del viaje fue asistir a la Gala de los Patriotas Americanos en Mar-a-Lago, el impoluto complejo del presidente estadounidense Donald Trump, donde Milei esperaba, al parecer, un encuentro trascendental que nunca llegó.

A pesar de la pompa y la expectativa, el encuentro íntimo con Trump se redujo a un apretón de manos, dejando al mandatario argentino con poco más que una estatuilla, una factura exorbitante que pagamos todos los contribuyentes y una humillación para que tenga, guarde y archive.

Acompañado por el ministro de Economía, Luis "Toto" Caputo, Milei regresó al país apenas un día después con las manos vacías en términos diplomáticos y los bolsillos públicos notablemente más ligeros.

Lo que agrava este dispendio es la opacidad con la que se manejan estos fondos. Durante la gestión de Alberto Fernández, con todos sus desaciertos y tropiezos, al menos existía un esfuerzo por transparentar los gastos de los viajes oficiales.

Fernández, fiel a la normativa, cargaba esos costos en la página de licitaciones públicas, permitiendo que cualquier ciudadano pudiera rastrear cómo y en qué se gastaba el dinero del Estado.

Lejos de ser un ejemplo, el procesado por violencia de género rindió cuentas hasta su último día. En cambio, Con Milei, los ciudadanos se encuentran con un velo de silencio.

Los 360 mil dólares de este viaje aún no fueron desglosados ni justificados en detalle dejando al pueblo a merced de exhaustivos análisis de periodistas y estimaciones.

¿Dónde está la tan cacareada "libertad" cuando se trata de rendir cuentas y cumplir con la ley de trasparencia al acceso público?