
Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
El 28 de marzo de 1968 el sindicalismo argentino vivió un cisma que dejó una huella indeleble en su historia.
En un contexto político marcado por la dictadura de Juan Carlos Onganía, la Confederación General del Trabajo (CGT) se dividió en dos facciones: la combativa “CGT de los Argentinos”, liderada por Raimundo Ongaro, y la “CGT de Azopardo”, con una conducción fuertemente influenciada por Augusto Timoteo Vandor.
La década del 60 en Argentina estuvo signada por la proscripción del peronismo, la represión estatal y un modelo económico que priorizaba la concentración de capitales en detrimento de los derechos laborales.
En este marco, el sindicalismo se convirtió en un campo de batalla entre quienes buscaban resistir las políticas del régimen y quienes optaban por una postura más conciliadora. La CGT, hasta entonces unificada, comenzó a mostrar fisuras que culminaron en el Congreso Normalizador “Amado Olmos”, donde se oficializó la ruptura.
La “CGT de los Argentinos” surgió como una respuesta al colaboracionismo de la CGT tradicional. Raimundo Ongaro, dirigente gráfico, se convirtió en el rostro de esta nueva central obrera, que adoptó una postura frontal contra la dictadura y las políticas de ajuste.
Por otro lado, la “CGT de Azopardo”, bajo la conducción de Vandor, representaba una línea más pragmática, dispuesta a negociar con el gobierno militar para preservar ciertos espacios de poder.
Las causas de la división fueron múltiples. Por un lado, la creciente represión y la intervención de sindicatos por parte del régimen de Onganía generaron un clima de descontento entre las bases.
Por otro, las diferencias ideológicas entre los líderes sindicales se hicieron insalvables. Mientras Ongaro abogaba por una resistencia activa y una alianza con sectores populares, Vandor buscaba mantener una relación funcional con el poder de turno.
Las consecuencias de esta fractura no tardaron en manifestarse. La “CGT de los Argentinos” se convirtió en un bastión de lucha, impulsando movilizaciones y huelgas que desafiaron al régimen.
Su periódico, dirigido por Rodolfo Walsh, se transformó en una herramienta clave para denunciar las injusticias sociales. Sin embargo, la división debilitó la capacidad de negociación del movimiento obrero en su conjunto, facilitando la implementación de políticas regresivas.
La coexistencia de ambas CGT se mantuvo hasta 1973, cuando el retorno de la democracia y la figura de Juan Domingo Perón como presidente lograron unificar parcialmente al sindicalismo. No obstante, las tensiones internas persistieron, dejando un legado de fragmentación que aún resuena en la actualidad.
Este episodio, más allá de sus implicancias inmediatas, simboliza la complejidad del movimiento obrero argentino.
La fractura de 1968 trazó una línea en el piso que dejó a los leales de un lado y a los traidores del otro. Poco más de un año después, los traidores recibieron cinco balas en un despacho sindical ubicado en el barrio porteño de Parque Patricios.