
Desde que la imagen de Alberto Fernández comenzó a flaquear tras las fallidas decisiones que viene tomando desde el inicio de la pandemia, que afectaron no solo la calidad de vida sino también la salud mental de millones de argentinos, el mandatario nacional no deja de protagonizar lamentables e indignantes episodios que lo transforman en el hazmerreír de la Argentina y el mundo.
Aunque sobran los ejemplos, el papelón más grande que protagonizó recientemente fue haber salido al cruce de un participante de Gran Hermano -el reality televisivo que miran los argentinos en busca de distracción ante una angustiante realidad-, quien lo acusó abiertamente de corrupto.
Walter Santiago, alias “Alfa”, de 60 años, comentó dentro de la casa más vista de la TV, y sin pelos en la lengua: “Lo conozco hace 35 años. Alberto Fernández a mí me coimeó un montón de veces. Lo conozco muy bien.... Hay muchos políticos que se han atado al poder que son Cafiero, los hijos de Cafiero, los nietos de Cafiero. Que se han enquistado en el poder y han hecho fortuna”.
La respuesta no tardó en llegar, en principio en boca de la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, a quien le pagan por intentar –inútilmente- limpiar la imagen de un Gobierno decadente e incapaz de gestionar: “No podemos naturalizar que alguien se exprese ligeramente de un modo tal que solo busca difamarlo y desprestigiarlo”, disparó, en defensa de la “investidura presidencial”.
La “ofensa” fue tan difícil de digerir, que AF mandó a su abogado ultrakirchnerista, Gregorio Dalbón (“defensor del proyecto nacional y popular”, como se autodefine en su perfil de Twitter), a amenazar a un canal de televisión: “De persistir las injurias, tanto Telefe, la producción del programa y el participante serán pasibles de daños y perjuicios por daño contra el honor del Presidente de la Nación”. ¿Se referirá al “honor” de quien organizó una fiesta en la residencia de Olivos, rodeado de amigos y champagne, mientras advertía castigos para los argentinos que osaran violar el confinamiento? A Dalbón le viene fallando la memoria, o simplemente la hipocrecía es su fuerte.
A decir verdad, lo insólito no fue la “acusación” hacia el mandatario, sino que en la agenda del Gobierno nacional la cuestión “GH” esté en primer lugar, en un país donde la mitad de la gente debe elegir entre almorzar o cenar porque la inflación y la creciente pobreza le impiden tener una vida digna. Pero, pensándolo bien, el ego de Alberto Fernández es más grande que el hambre de los habitantes del país que aún no logra gobernar, por lo cual no pudo soportar las acusaciones de un simple ciudadano que llegó a tener dos minutos de pantalla.
Es evidente que el presidente ha perdido el rumbo. Y, tal vez, la razón. A pesar de su pésima gestión, sigue atornillado al sillón. De hecho, se vienen comentando sus increíbles e inescrupulosas aspiraciones a la reelección, en el marco de un Frente de Todos quebrado, roto, carente de identidad política y de un programa económico que apunte a salvar al país de la miseria.
Enceguecido por la ambición de poder, el mandatario nacional que no logra mandar a nadie -de hecho, se le escapan los ministros, y también la tortuga- no quiere ceder su lugar. Seguramente en 2023, el pueblo le haga sentir de una vez por todas, y en las urnas, el fracaso que no está dispuesto a asumir.